Adiós, útero, TQM, gracias

El otro día me quitaron el útero. Y lo primero que quiero que sepan es que: estuvo bien, ya estoy (casi) al 100 y es la mejor decisión que pude haber tomado para mí misma.

María José Ramírez
5 min readJan 19, 2023

En algún lado, leí algo así como que no tenemos cuerpo hasta que nuestro cuerpo habla. Y es cierto: la mayoría de las personas no sabemos muy bien qué es toda esta compleja maquinaria que nos hace existir y moverlos por el mundo en esta vida loca que nos tocó vivir, hasta que algo se descompone o desajusta.

Aunque llevaba mucho tiempo con síntomas (casi dos años), la idea de “perder” un órgano me pareció, al principio, escandalosa/aterradora/triste.

En mi familia hay una fuerte creencia en las enfermedades como resultado de un patrón de pensamiento. Mi mamá y mi hermana mayor, sobre todo, adjudican, en primera instancia, a cualquier idea engendrada (repetida, trabajada, protegida como Gollum protege su precioso anillo) en el cerebro como la causa de cualquier mal corporal que se presente.

Aunque no niego la relación de nuestras ideas o emociones derivadas de creencias con lo que pasa en el cuerpo, pues la cabeza no está separada del resto del sistema (o los sistemas), siempre he encontrado muy injusta la vinculación directa de la enfermedad con la forma de pensar/sentir de la persona. Porque, a fin de cuentas, si algo no está bien, no lo vas a reparar con el poder de tu mente (no importa cuan alto vibres), necesitas la intervención de personas que han dedicado su vida a estudiar el cuerpo humano, sus desbarajustes y la forma de curarlos o tratarlos.

Además de que, me parece, lo último que necesitamos cuando nos enfermamos es sentir que fue absolutamente nuestra responsabilidad. No creo que tengamos ese poder y control absoluto sobre nuestros cuerpos, y muchos factores influyen en la salud de las personas, no sólo que tomen agua, coman verduras y hagan deporte con frecuencia.

Estoy segura de que nos enfermamos menos cuando nos sentimos a salvo, relajados, contentos. Pero no existe una receta única e infalible para sentirnos así todo el tiempo. La vida es igual de compleja que nuestro cuerpo y no nacimos sabiendo navegarla.

Vivimos tiempos complicados (como siempre).

El otro día leí dos artículos relacionados con úteros. Uno se trataba de un cirujano, en India, que se dedica a realizar cirugías de reasignación de sexo y que tiene el plan de realizar transplantes de útero a mujeres trans. El otro, es sobre cómo han aumentado las histerectomías en EU debido, al parecer, a los efectos negativos de un químico (que se encuentra en un montón de objetos y alimentos que consumimos a diario), que provoca desórdenes hormonales en las mujeres y que deriva en la aparición de fibromas benignos que sólo pueden ser tratados quirúrgicamente.

A mis (hermosos) 40 años, miró hacia atrás y veo que mi historia con mi útero nunca fue sencilla. Creo que muchas mujeres podrían escribir historias épicas, trágicas y cómicas sobre sus úteros. Siempre he sentido que mi relación con mi cuerpo es casi diametralmente opuesta a la de, por ejemplo, mi hermano. No porque me haya enfermado más o porque él no padezca desbarajustes, sino porque, en parte, a mí se me anunció un destino (no elegido) desde que tenía 11 años y tuve mi primera menstruación: un día vas a ser mamá, felicidades (agregaron mi mamá y mi papá).

Finalmente, después de muchos cólicos, manchas vergonzosas, reclamos (una vez un tipo me reclamó que no le avisara que me estaba bajando cuando fue a mi casa, sin avisarme de sus intenciones, con el único propósito de costarse conmigo), dos abortos, decidí ser mamá. ¿Qué será de todas aquellas a las que les fue asignado el mismo destino y que nunca han querido completarlo? Me imagino a los 40 teniendo que aguantar preguntas incómodas, metiches o comentarios condescendientes y hasta lastimeros: pobrecita, no llevó a cabo la misión de su vida.

No voy a negar que, a principios de diciembre, cuando me estaba desangrando porque mis síntomas se dispararon a causa del estrés laboral por el que estaba pasando, cuando (por fin) conocí al bebé de seis meses de unos queridos amigos, sentí unas ganas tremendas de tener otro bebé. Me doy ternura a mí misma con este deseo irracional de embarazarme y tener un bebé cuando mi útero se andaba desangrando a causa de un mioma gigante que me creció dentro como una pelota. Mi útero: un guerrero. En su última batalla y todavía con fuerzas para amar. Porque los bebés son para mí una fuente infinita de amor. Pero también, una fuente (casi) infinita de trabajo, mal dormir, dolor de brazos, de espalda, mal humor y agotamiento.

Amé/amo ser mamá de mi hija. Pero, aceptémoslo, celebro muchísimo que ya no sea una bebé, poder platicar con ella de cosas que los bebés ni entienden y, entre otras muchas cosas, que vaya sola al baño desde hace un rato.

Hace ya mucho tiempo que no tengo tiempo para cuidar a un bebé.

De modo que, pasado el shock del posible tratamiento (histerectomía) al mal que padecía, cuando el doctor me dijo: ¿qué quieres hacer? Decidí que ese guerrero ensangrentado merecía descansar, por fin, de una vez y para siempre.

El doctor me dejó mis ovarios (sanos) y me compuso una hernia en el ombligo que me descompuso mi embarazo de hace diez años.

He aprendido mucho sobre los órganos femeninos en estos días. Por ejemplo, que, cuando nos excitamos, la lubricación no sólo se produce en el cérvix, sino directamente en las paredes vaginales y en las glándulas de Bartholin o glándulas vestibulares mayores, dos mecanismos diminutos que son las mejores amigas del clítoris (ese pequeño gran dios, amén).

Creo que mi mamá piensa que me pesa no tener otro bebé (como el hermoso bebé de mis hermosos amigos <333). Pero la verdad es que me pesaba más cargar con ese otro hermoso guerrero ensangrentado que era mi útero. Perdí a un guerrero que lo dió todo, pero sigo siendo Legión, una multitud complicada y compleja, sigo siendo yo y la fuerza creadora se queda conmigo aunque decida pasar la tarde echada viendo Netflix y sin útero.

Hubiera preferido no enfermarme, no padecer durante tantos meses y tener que aguantar la ignorancia y condescendencia de los médicos que asumieron que debía ser normal que viviera con dolor, anemia y sangrados irregulares

. Y yo, responsable como soy (en la medida de mi imperfección y de mis posibilidades) de mi cuerpo, lo escuchaba decirme: algo no está bien, y fui y vine de consultas que me costaron caro y que me dejaron en las mismas. Hubiera preferido ahorrarme todo eso, y el miedo de entrar al quirófano y no volver. Pero en este momento, por primera vez en 29 años años, me felicito por cuidarme a mí misma de la mejor manera que he sido capaz y porque ¡ya no me va a bajar jamás! ¡Puedo ser “a person in bussines” (casi) sin destino endilgado! Bueno, casi, si mis ovarios me lo permiten (los tendré al tanto, no es cierto), seguimos en la lucha, compañeras.

P.D.: Adiós, útero, TQM, gracias.

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