Caminar y escribir (10/52)

María José Ramírez
3 min readAug 31, 2021

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Mi escritura está congestionada, quizá por eso me duele la garganta intermitentemente desde hace meses. Por eso camino, para destapar, para respirar.

Camino obstinadamente al café que me gusta aunque esté a más de tres kilómetros de mi casa. En parte porque me gusta cómo prepararan el capuchino y en parte porque, hace unos años, era en ese café en dónde solía sentarme a existir después de dejar a mi hija en la escuela.

Cuando trabajaba en una revista por el rumbo, mi hora de entrada oficial era a las 11:00 am. Un medio tiempo que, si bien no me permitía pagar todas mis cuentas, hacía posible (parcialmente) lo imposible: ser madre, tener un trabajo y tener tiempo para la crianza. También tenía tiempo para, una vez delegada en la escuela mi responsabilidad primordial: respirar, tomarme un café y escribir. No era mucho tiempo, pero era un goce inmenso. Las madres no suelen hablar del placer se dejar a lxs hijxs en un lugar seguro para volver a ser humanos con con nombre propio.

Luego dejé de trabajar en la revista y, pasado el viacrucis angustioso del desempleo, encontré trabajo en la UNAM.

Sentada aquí en el parque frente al café, sería fácil pensar en todo lo que la pandemia me ha arrebatado. Como si la vida anterior a la pandemia hubiera sido un paraíso. Pero honestamente no tengo de qué quejarme. Sólo estoy cansada y necesito caminar.

Lucía ha vuelto a clases desde hace dos semanas. No va a la escuela más que un día. Sueña con gotículas, me dice. Prefiero llevarla al colegio los días que tiene Educación Física, para que salga a correr y a oler el patio. “Tomamos Educación Física en un salón". Los días de Música el maestro da su clase en la computadora. Los niñxs que están en presencial no pueden tocar la flauta, sólo lxs que están en su casa. Nada es normal, pero avanzamos.

“Voy a caminar", le aviso, “no te salgas de tu cuarto", le ordeno.

Soy mitad mamá, mitad maestra bilingüe de segundo grado. También corrijo textos y me gusta dibujar. Pero escribir. Para escribir necesito destapar algo dentro de mí, llevarme a la habitación propia de la mente y abrir todas las ventanas. Necesito tiempo para ventilar.

Mi papá me manda mensajes de Whatsapp de dos tipos: artículos periodísticos sobre arte, literatura y política, noticias sobre escritoras galardonadas. “Siempre que leo, busco tu nombre allí”.

Me da ternura su extraña fe en mi escritura. Quizás porque sé que no sabe sobre qué escribo, porque no sabe que a veces escribo sobre él. Tampoco sabe que mi mamá (que bien que sabe) ya no me quiere contar más chismes familiares para que no los convierta en novela, en parte porque el otro día le dije riéndome: “¡Sí cuéntame, lo voy a novelar!”.

Era en parte verdad, en parte esperanza en que caminando se me destape no sé qué y vuelva a encontrar mi nombre.

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