Hormigas (12/52)

María José Ramírez
4 min readSep 14, 2021

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A veces me parece que la vida de una hormiga es sumamente interesante. No porque las imagine realizando grandes descubrimientos o ingeniosos inventos en su laboratorio diminuto y secreto. Sino simplemente porque la vida de una hormiga es algo que desconozco.

He conocido a la hormiga sobre la mesa. He matado a la hormiga sobre la mesa, la he soplado con misericordia o barrido velozmente con la mano en un afán por apartarla de mis alimentos sin terminar con su vida.

Hay tantas y son tan pequeñas que me parece que no está mal matar a una que otra de vez en cuando. Pero, en general, evito aplastarlas o lastimar sus minúsculas articulaciones.

Cuando las veo acumuladas descendiendo en una fila bastante ordenada desde el techo, hasta el cable y luego avanzando con vehemencia sobre la repisa hasta el frutero en donde dejamos por error un aguacate partido, no sucumbo al pequeño asco o terror de ver juntos a tantos seres diminutos con patas. No. Primero, quito el aguacate. Les digo: Perdón, no podemos convivir así, es demasiado. Luego tiro el aguacate y me pregunto qué será de las hormigas separadas unas de otras. Ahí empiezo a hacer telenovela, porque yo no conozco a las hormigas y no sé qué pasa con ellas cuando son separadas de esa manera.

Una vez retirada la repentina fuente de alimentación que las alineó demasiado cerca de la barra en la que preparo el desayuno cada mañana, les doy la oportunidad de que se retiren sin provocar más muertes.

A veces se van más o menos rápido. Pero otras veces, parece que se quedan a explorar, buscando algo que reemplace la deliciosa fuente que las atrajo en primera instancia, como si dijeran: Pues ya que estamos aquí…

Es ahí cuando me atrevo, a veces, a aniquilar con una servitoalla húmeda a un grupo numeroso. No se trata de matar a todas, sino de romper la fila e invitarlas a emprender la retirada.

Sólo así se van.

Yo me quedo pensando en que ahora qué van a hacer. Imagino que saben cosas que yo no sé y que entre ellas se entienden mejor de lo que yo puedo imaginar. Ya se reunirán de nuevo en el hormiguero.

Dice Maurice Materlinck que dice Pierre Huber, estudioso de las hormigas: “Cuanto más atractivo tienen para mí las maravillas de la Naturaleza, menos tentado me siento a modificarlas con ensueños de mi imaginación”.

No por nada Huber era un mirmecólogo muy serio, uno de “los grandes”, a decir de Maeterlinck.

La mirmecología es la rama de la entomología que estudia a las hormigas; su nombre, dice la Wikipedia, deriva de una palabra griega, myrmex, con la cual se nombraba a un pueblo, el pueblo de los mirmidones, “hormigas transformadas por Zeus en humanos".

Todo es literatura, Huber, quisiera decirle, pero, si los muertos hablan con los vivos, ¿por qué Pierre Huber hablaría conmigo que entiendo muy poco de francés y mucho menos lo hablo?

A mí me gusta pensar en la vida secreta de las hormigas. En parte porque no tiene nada de malo reconocer lo que ignoramos y nos asombra, y en parte porque estudié literatura y no biología.

Tantos libros de ciencia, filosofía y leyes influenciados por la idea de Dios, y ahora resulta que no podemos modificar en ensueños aquello que nos asombra de la naturaleza.

Tranquilo, Huber, tranquilo, Maeterlinck: no voy a engañar a nadie. Lo mío no es un estudio científico de las hormigas. Aunque haya algo de observación, conozco mis límites.

A mí me gusta cuando Maeterlinck, que recibió el Nobel de Literatura en 1911 por su trayectoria como autor de poesía y teatro, dice, después de observar al insecto en cuestión: “me di cuenta de que acerca de ellos, como acerca de cualquier cosa de este mundo, creemos saberlo todo y no sabemos casi nada".

Dicen que las hormigas tienen una especia de sistema circulatorio llamado hemolinfa (como otros artrópodos y moluscos).

Dicen que las hormigas duermen. Su descanso se distribuye en 250 siestas al día.

“Todo es un gran malentendido”, me dice un amigo muerto con el que a veces hablo en mi cabeza.

Yo escribo sobre las hormigas, creyendo entender algo de lo que observo. Nunca sabré qué es para ellas el pequeño universo que atraviesan hasta llegar al aguacate. Mi cocina, un diminuto laboratorio donde frío los huevos cada mañana y en el que procuro no dejar rastros de azúcar que atraigan a las hormigas.

Las hormigas siempre ganan.

Seguiré reportando.

*Foto tomada del sitio se National Geographic.

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